martes, 28 de octubre de 2008

El discípulo aburrido

Era un discípulo que se dejaba ganar muy a menudo por el tedio y el
desánimo. Se sentía víctima de la rutina cotidiana y experimentaba
angustiado lo condicionantes que eran los acontecimientos vulgares y
repetidos. Insatisfecho y desalentado, visitó al mentor para decide:

-Maestro, si nos vestimos y comemos todos los días, ¿cómo po­demos
escapar de la monotonía de tener que ponemos la ropa e in­gerir los
alimentos?

-Nos vestimos; comemos -repuso apaciblemente el maestro. El
discípulo, asombrado, protestó:

-No puedo seguir tu razonamiento; no comprendo.

y el maestro repuso:

-Si no comprendes, vístete y come.

Comentario


Escapar de la monotonía es a menudo intensificar la monotonía; escapar
de la soledad es desencadenar un profundo sentimiento de soledad. No
se trata de escapar, sino de atravesar. Había un discí­pulo que al
meditar oía los ruidos del exterior, que le distraían; cuanto menos
quería percibidos, más los oía. Al comentárselo a su maestro, éste le
dijo: «El problema es que quieres escapar del rui­do, en lugar de
atravesado». «¿Y cómo puedo atravesado?» Y el maestro le respondió:
«Oyéndolo».

Hay tres velos que distorsionan la visión mental e impiden la
sa­biduría liberadora y la paz interior. Son la reacción, la
interpretació n y la imaginación descontrolada. Así la mente cae en
sus propios có­digos rígidamente establecidos. ¿Quién dice lo que es o
no es mo­notonía? Un jardinero llevaba cincuenta años atendiendo su
jardín y un día le preguntaron: «¿No te aburres de hacer siempre lo
mismo?». «¡Ah! -exclamó el jardinero-, pero ¿es que acaso hago siempre
lo mismo?» Si la mente se renovase, ¿dejaríamos de ver como
intere­sante lo que un día nos lo pareció? La monotonía también está
en la mente. Aun en la rutina subyace lo imprevisible; incluso en lo
coti­diano hay una magia para el que sabe verla. Sirve de ejemplo el
de un hombre que siempre estaba aburrido. Unos amigos se propusie­ron
divertirle, pero no fue posible. Le hicieron viajar por países
exó­ticos, le llevaron a fiestas, le presentaron personas fascinantes.
Nada pudo hacerle salir de su tedio, porque la mente era su tedio.
Otro hombre no hacía nada especial. Todos los atardeceres se sentaba
al­gunas horas en su mecedora y miraba el horizonte. Cada atardecer
era un prodigio, un espectáculo, un verdadero acontecimiento. La
fiesta estaba en su mente, no sólo en el hermoso atardecer.

A veces no se puede cambiar lo que es, pero sí la actitud ante lo que
es. Lo que a unos atrae a otros repele; lo que a unos apasiona a otros
deja indiferente. Si no podemos cambiar lo que es, cambiemos nuestro
punto de vista o enfoque ante lo que es. Pero la mente no sólo es
saltarina como un mono, sino que también puede ser tan necia como el
mono que fue atrapado en una botella. ¿Conoces la historia? Un hombre,
para atrapar a un mono, colocó una botella de cuello lar­go en el
campo y dejó dentro de ella algunos frutos secos, que tan apetecibles
resultan a estos animales. Un mono metió el brazo y atra­pó los frutos
secos, pero al querer librarse de la botella no pudo con­seguido,
porque en su avidez no comprendía que sólo necesitaba abrir la mano,
pues el puño era lo que no podía salir a través del cue­llo de la
botella. El resultado fue evidente: el hombre cazó al mono.

Cada vez que la mente se cierra, es monotonía, embotamiento y
mediocridad; cada vez que se abre, es frescura, vitalidad e
intensi­dad. Si nos contraemos, la energía se estanca; si nos
relajamos, la energía se expande. Aún en las dificultades, la zozobra
y la amar­gura, podemos aprender a soltamos.


(Ramiro Calles. El Libro de la Serenidad)

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